En la Argentina la política atraviesa una etapa humorística cada vez en mayor ascenso y las risas hacia los dirigentes protagoniza los escenarios, convirtiéndose en expresión de la consolidación de la democracia.
Con el día a día, los políticos toman clases de una realidad que les fue ajena por mucho tiempo y los humoristas (sus maestros), aprendieron a observar y a ser críticos, con frecuencia, muy duros. La crisis que atraviesa hoy la política es esencialmente una crisis ética.
La "cuestión moral" en el ámbito público denuncia la persistencia de un estado de malestar generalizado respecto a una gestión que parece guiada por criterios de clientela y de mero reparto del poder, al paso que por otro lado aumentan las dificultades, de carácter más estrictamente estructural, en conexión con los procesos de definición de la representación y de obtención de consenso.
Pero no se trata ya de redefinir las reglas de juego, sino de educarse bajo las normas de convivencia. Se trata de mirar de un modo más radical a una verdadera fundamentación ética de la política, es decir, a la adquisición de un conjunto de valores compartidos sobre los cuales reconstruir la convivencia civil.
La moral del hombre político no puede prescindir de valores, los cuales debe buscar en torno a decisiones que convergen de acuerdo con principios orientados a la atención a redefinir su presencia en el cuadro de una fusión ampliada por fuerzas que devienen juntas a la promoción de la calidad de la vida colectiva.
Dejar de lado los cuestionamientos de manera ofensiva hacia los dirigentes políticos, no es resignarse a bajar la cabeza frente a malas acciones de gobierno y gestiones que pulverizan los bienes individuales, sino que se trata de una educación fundada en el respeto para consolidar de tal manera, el bien colectivo bajo el consenso democrático de una forma participativa de la sociedad respetuosa en su conjunto.
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